03 enero, 2009

El continuará de antes

Después de días "aislada del mundo", sí, literalmente aislada del mundo, en mi pequeño, pero precioso pueblo; llego de nuevo a Zafra para reencontrarme con el ordenador y todo lo que esto supone. Como la ropa la tengo todavía en la maleta y Andrés Iniesta acaba de marcar un golazo, sólo retomaré el CONTINUARÁ de la entrada anterior para quedarme tranquila y poder seguir viendo el partido. Pues bien, lean, si les apetece, lo que Pennac recoge en la página sesenta de su "Mal de Escuela" y terminarán pensando en ello durante días, sin darse ni cuenta.

Nuestros "malos alumnos" (de los que se dice que no tienen porvenir) nunca van solos a la escuela. Lo que entra en clase es una cebolla: unas capas de pesadumbre, de miedo, de inquietud, de rencor, de cólera, de deseos insatisfechos, de furiosas renuncias acumuladas sobre un fondo de vergonzoso pasado, de presente amenazador, de futuro condenado. Miradlos, aquí llegan, con el cuerpo a medio hacer y su familia a cuestas en la mochila. En realidad, la clase solo puede empezar cuando dejan el fardo en el suelo y la cebolla ha sido pelada. Es difícil de explicar, pero a menudo solo basta una mirada, una palabra amable, una frase de adulto confiado, claro y estable, para disolver esos pesares, aliviar esos espíritus, instalarlos en un presente rigurosamente indicativo.

Naturalmente el beneficio será provisional, la cebolla se recompondrá a la salida y sin duda mañana habrá que empezar de nuevo. Pero enseñar es eso: volver a empezar hasta nuestra necesaria desaparición como profesor.

...Está claro que no habremos sido los únicos en excavar aquellas galerías o en no haber sabido colmarlas, pero esas mujeres y esos hombres habrán pasado uno o más años de su juventud aquí sentados ante nosotros. Y todo un año de escolaridad fastidiado no es cualquier cosa: es la eternidad de un jarro de cristal.

2 comentarios:

Toni Solano dijo...

He terminado hace poco el libro de Pennac y todavía estoy rumiando. Tiene reflexiones muy profundas que comparto y otras que veo demasiado débiles (quizá porque hace tiempo que se retiró de las aulas).
En general, creo que los profesores somos poco dados a la autocrítica y que eso repercute en la calidad de la educación. Ojalá más buenos profesores contasen sus "milagros".
Un saludo.

Lourdes Domenech dijo...

Yo me he leído dos veces el libro. La primera de un tirón; la segunda para "rumiar" aquellas sentencias que dan que pensar. Todavía vuelvo sobre ellas.
Creo que todos los docentes deberían leerlo, aunque fuera para discrepar.